Monachil Geografic

UNA REVISTA DE HISTORIAS DE MONACHIL

¿Cómo era un día en la vida de un Habitante del Cerro de la Encina en Monachil?

La historia de Silus, un habitante de la Edad del Cobre, en el Cerro de la Encina en Monachil

*Para este artículo se han utilizado nombres actuales de ubicaciones y elementos naturales destacados para localizar la acción.

Cerro de la Encina. Un día cualquiera del año 1.798 A.C

Abro los ojos. Aún no ha amanecido pero la escasa luz que anuncia el alba es suficiente para pregonar el nuevo día. Me levanto despacio, entumecido. El aullido de esa manada de lobos que últimamente nos ronda en la oscuridad,  me ha mantenido en vilo las primeras horas de la noche. Mi mujer y mis siete hijos duermen aún acurrucados en nuestra segura vivienda  construida de madera, piedra y barro, con varias habitaciones y situada en el centro de este imponente poblado. Salgo del dormitorio, paso por la sala común, de esta mi casa, y me llego hasta nuestra despensa. Allí caliento unas hojas de jaguarzo, junto al gran horno,  para preparar una infusión, mientras saludo, como cada mañana, a mis antepasados que descansan enterrados bajo el suelo de esta casa, justo debajo de estas vasijas y tinajas, donde espero descansar también yo algún día. Las decoraciones de estas piezas son tan bonitas y están dotadas de tanto arte que podrían competir con las antiguas piezas de la mismísima Babilonia.

No mido bien uno de mis pasos al bajar  la escalera que da acceso al pequeño baño y estoy a punto de pisar a este maldito galápago que trajo mi hijo Beles hace unos días a casa. Creo que lo cogió en las aguas mansas y estancadas que se acumulan en los márgenes del caudaloso río Monachil, en este fértil valle justo debajo de nuestro poblado. No me importó el día que trajo esa nutria descarada, que se ha convertido ya en otro miembro de la familia, pero no sé que tiene esta maldita tortuga que presiento nos traerá mala suerte. Hoy, como la mayoría de las mañanas, la saco  a regañadientes del tubo de salida del canal de desagüe de nuestra vivienda donde se había alojado, entre las burlas y las risas del hijo pequeño de mi querido vecino Atullo que me observa  divertido desde la jamba de  la puerta de su cabaña. 

Ya ha amanecido y salgo finalmente de  casa. El pueblo despierta y la actividad comienza en forma de sonidos. Veo a Pinto comenzar a bajar con nuestros rebaños de cabras y ovejas hacia la zona de ricos pastos que hay en las vegas, allá donde la montaña pierde su elevación y las zonas húmedas se mezclan con álamos, alisos  y sauces. Volverá antes de que el sol comience su camino hacia el ocaso. Lo acompañan nuestros guerreros Vigios y Visalus junto a cinco de nuestros mejores perros. Nuestro ganado es nuestra más valiosa posesión y no podemos permitirnos perder ni una sola de nuestras reses.

Monachil, un pueblo con mucha historia

Ayer hicimos un intercambio con algunos poblados de las Alpujarras. Tienen importantes minas de cobre, hierro y plata, más grandes incluso que la minas de la zona del Marquesado y Güejar Sierra. El mineral que compramos allí  lo juntamos  luego con el material obtenido en las pequeñas explotaciones mineras propias. De nuestras minas,  en la zona del Huenes,  obtenemos  cobre y otros metales, además de el oro y la plata que conseguimos directamente del río Genil y del Darro. Hoy toca limpiar el material y comenzar a fundir el bruto en nuestro gran horno alimentado con carbón vegetal. Trabajaremos en una serie de piezas de bronce y para ello, como venimos haciendo desde muchos años atrás, mezclaremos cobre y el preciado estaño. Este último, en una proporción de 1 o 2 partes por 10 partes de cobre, para conseguir la aleación de metal más duro que nunca ha existido. No hay minas de estaño en ningún lugar próximo conocido. Solo se consigue mediante comercio con los duros e inhóspitos pobladores de los mares del norte.

Cadarna, la hechicera, dice que el conocimiento de la sabiduría de cómo extraer los metales y trabajarlos en hornos de fundición viene de un remoto lugar,  una apartada comarca allá en el oriente, donde inmensas pirámides miran al sol y guardan indescifrables secretos. Yo no lo creo, no concibo  que pueda existir un lugar así…

Como todas las mañanas repaso la muralla que nos protege y da forma a nuestro poblado. A veces pienso que vamos a tener que ampliarla, o incluso construir un segundo anillo;  1.500 personas son demasiadas, a pesar de que usamos una cuidadosa arquitectura con calles, terrazas y muros de contención, junto a canalizaciones de agua y depósitos.

No veo ningún defecto destacado en nuestra línea defensiva y me apresuro a subir a la gran fortaleza por la Calle Real. Me toca hacer el relevo a Tarunco en el puesto de vigía.  Lleva toda la noche en guardia poniendo todos sus sentidos en protegernos de lobos, osos y asaltantes nocturnos,  y el pobre estará entumecido. Al entrar en el gran bastión defensivo hago una reverencia a los altos mandos que junto con nuestro venerado jefe, se encuentran reunidos para organizar la partida de esta tarde hacia Almería. Sin ellos sería imposible ordenar esta ciudad-estado. Los altos mandos y sus familias, como no puede ser de otra manera,  viven dentro de esta fortificación interior. 

Mi trabajo consiste en vigilar lo que sucede en nuestro poblado y estar en continua comunicación visual con el otro puesto de vigía situado en el Camino de los Neveros. Así controlamos lo que sucede en la Vega y sus alrededores, al igual que en los otros dos valles hermanos, el de Cenes de la Vega y el del Monachil, ambas puertas de entrada a la majestuosa  Sierra Nevada.

Cuando empiezo la comprobación visual me detengo a observar de nuevo a esos caballos que ahora nos acompañan. No me acostumbro aún a su presencia. Nunca antes estas bestias habían convivido con ningún ser humano en estas tierras. Sin embargo Cadarna insiste en su mágicas propiedades y  en su comunicación directa con los dioses. Es cierto, además, que nunca antes habíamos conseguido trasladarnos tan rápido de un lugar a otro… Pero yo soy de los antiguos, de los que prefieren caminar. No necesito que ninguna bestia haga el trabajo por mí. Aún así,  he de reconocer que, cuando sacrificamos a alguno de ellos en los rituales de los equinoccios, una mezcla de miedo y descanso se apodera de mí.

Hoy será otro día aburrido. El trabajo de vigía es vital. Construir en altura, sobre riscos y montañas como estrategia de defensa nos permite asegurar nuestra posición de una manera bastante tranquilizadora.

El día discurre sin ninguna incidencia. Tan sólo una pequeña rotura en una de las cisternas de agua que abastece el pueblo y que ha sido subsanada de inmediato.

Los artesanos han terminado su jornada y los agricultores vuelven a casa con su hoces y azadas. Un día más sin bajas y en el que se han conseguido  abundantes provisiones.

Esta noche nos reuniremos junto al gran fuego para celebrar el día más largo del año, el solsticio de verano, y agradecer a los espíritus que nos permitan sobrevivir a sequías, lluvias torrenciales, guerras con otros pueblos y enfermedades. Ojalá asen un buey entero o alguno de los cerdos de nuestros corrales. Se me está haciendo la boca agua. Tan solo hay una cosa que no me deja tranquilo y que me lleva obsesionando todo el maldito día:  esa estúpida tortuga…

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